“El altiplano andino, entre el Perú y Bolivia, sufre una esquizofrenia religiosa”.
Los pobladores del altiplano, que viven a casi 4.000 metros de altura, nunca han olvidado su pasado inca. El peso de la religión católica, influjo de los conquistadores españoles, convive con las costumbres que se han transmitido de generación en generación en las comunidades aymara y quechua. En este sentido, se celebran fechas del calendario con un fervor sorprendente. La Virgen de la Candelaria, la Virgen de Copacabana, nuestra señora de las Nieves, Santa Rosa de Lima, la Virgen de la Merced, el Señor de los Milagros; todas ellas son citas que arrastran a centenares de miles de peregrinos a distintas ciudades, para reclamar favores y curaciones.
Pero todo ello siempre va acompañado de prácticas milenarias, casi profanas, a las que los lugareños no quieren renunciar.
La contratación de maestros curanderos es una costumbre arraigada para sacar los malos espíritus de las casas o para sanar enfermos terminales.
La contratación de maestros curanderos es una costumbre arraigada para sacar los malos espíritus de las casas o para sanar enfermos terminales.
Podemos ver que aunque un gran porcentaje de la población es católica y practica su fe, numerosas personas cumplen con los preceptos de sus antepasados, como son los sacrificios de animales, invocaciones de espíritus, ofrendas a los dioses, etc.
Una de las ceremonias, es la “pasada” del cuy, esta es una de las más frecuentes y llamativas de las que se realizan con la idea de curar el “susto” o “la mala suerte”.
Para muchas personas dentro de nuestra sociedad le puede parecer algo “tonto” pero para los indígenas todo esto forma parte de su cultura.
A parte del conocido tarot, en el altiplano también son populares las ofrendas a la madre tierra (en quechua, la pachamama), la lectura de las hojas de coca, la cura del susto, la limpieza de casas y vehículos, los amarres y desamarres de parejas, los baños de florecimiento, los seguros contra la envidia y los males de ojo.